martes, 9 de noviembre de 2010

Un cuento

Buscando entre papeles y agendas viejas me sumerjo en miles de recuerdos, personajes que vuelven a mi memoria al leer sus nombres. Pero hay un número que llama mi atención de manera particular. Es un número telefónico sin referencias, está solo, como desnudo pero a la vez subrayado…como si alguna vez hubiese sido muy importante.

Trato de recordar a quien pertenece, pero es imposible, ni recuerdo el día en que lo escribí. Tener esa obsesión por querer recordar, siempre me ha traído dolores de cabeza. Paso horas buscando objetos perdidos, rastreando el lugar por donde los vi por última vez, como si fuera un detective. Pienso una y mil veces y trato de hacerme la imagen en mi cabeza del objeto entre mis manos.

Ser periodista, es un poco el sentido de mi vida. Preguntar porqué antes de decir mamá…
Pasan los días y trato de volver a la rutina, a la realidad del trabajo que inexorablemente se relaciona la con la vida de un país conflictivo y absurdo que no encuentra salida para ningún lado. Es desalentador pensar que las cosas van a ser siempre igual, que a pesar que uno de esfuerce en mejorar, hay situaciones que no van a cambiar. Pero sigo adelante.

Una tarde de domingo, esas tardes donde uno busca el sentido de su existencia en distintas actividades frívolas pero que sabe muy en el fondo que no era eso lo que quería, busqué mi viejo anotador y pensé varios minutos en llamar por teléfono.
No a cualquier número, sino a ése. Quién sería? Sería un amigo, un contacto laboral, un político? Estará vivo o se habrá mudado?
En definitiva, a quién estaba buscando? sino tenía un solo dato. Si bien he llamado mucha gente sin conocerla, siempre algún dato tenía. Esta vez no.

Junté coraje y marqué lentamente como si el teléfono fuera a romperse. Llamó una vez, dos, tres y cuando estaba por cortar, una voz lejana y ronca me dijo: “No soy yo a quien estás buscando”.