martes, 24 de junio de 2008

El poder peronista

“Cuando en un drama de Shakespeare un rey es demasiado débil, viejo o frágil en algún sentido, siempre hay alguien -en segunda fila- dispuesto a hacerse con el poder. Así como Shakespeare expone la ley del poder: el poder nunca está mucho tiempo sin dueño”, sostiene su exégeta alemana Christiane Zschirnt. Salvando las diferencias, que con seguridad servirán para las descalificaciones de la comparación, el peronismo tiene un aprendizaje shakespereano del poder. Al líder radical Raúl Alfonsín le siguió el poder de Carlos Menem, en el mismo instante que comenzó a escurrírsele entre los dedos. A Fernando De la Rúa el de Eduardo Duhalde, cuando le estalló en sus anestesiadas manos.
El peronismo conserva intacta la facilidad para percibir el olor a sangre, que el reguero de un animal herido deja en el bosque de la política. Cuando los cien días de conflicto nacional con el campo, mellaron el corazón del poder, desde sus entrañas, la segunda fila, se paró amenazante detrás del matrimonio presidencial. Eduardo Duhalde, Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, como los referentes más importantes de una legión de marginados del oficialismo, están dispuestos a conservar el poder que intuyen en el 2011 cambiará de dueño. Detrás del trío, una larga fila de referentes provinciales, acompañan el emprendimiento detrás de la autoridad que comienza a volatizarse en la administración de Cristina. De la Sota irrumpió en la escena pública con un discurso presidencial. Castigó a Néstor Kirchner y cuestionó al gobierno empecinado en una batalla cada vez más sectaria y desgastante. Desactivó la acusación de golpistas a los ruralistas, el arma más preciada por el matrimonio patagónico y vació el arma con que disparan los Fernández y Luis D´Elía, convertidos en la fuerza de choque. Desde entonces la palabra “golpe” desapareció del lenguaje oficial. El dato no es menor. El anuncio del peronismo rebelde no puede obviarse, luego de la fuerte declaración pública. La inmensa caída de imagen positiva de Cristina, indica que las voluntades que acumuló se convirtieron en nómades, camino –en su gran mayoría- a la Coalición Cívica de Elisa Carrió. La alarma justicialista sonó fuerte en la mítica quinta de Don Tomás en Lomas de Zamora, donde Duhalde cocina la política nacional desde hace veinte años. Allí se tejió la trama de acuerdos que el peronismo desplazado, desde la llegada de los Kirchner al poder, prepara para el asalto final. La disputa interna será por el primer lugar. Entre el santafecino Carlos Reutemann y el cordobés José Manuel de la Sota. No hay más en ese conglomerado. Como los grandes maestros del ajedrez, calculan las jugadas que aún no están a la vista. El armado de la oposición interna justicialista augura un tiempo de dificultades adicionales para el ajetreado gobierno nacional. De más está decir, que a la oposición la golpea mucho más. El binomio Luis Juez-Mario Negri estrechó de golpe su margen de maniobras, con Juan Schiareti subido a la tarima de las críticas en nombre y representación de los campesinos que lo llevaron a la Casa de Las Tejas. La disputa nacional puso al país al borde del colapso, despertando al monstruo peronista. A partir de ahora habrá otra historia y Cristina tendrá un tránsito en el gobierno, que extrañará la tranquilidad que acompañó a marido.
Desde el otro lado, la oposición interna tira del mantel con la mesa servida. La teoría política moderna nació con el pensador italiano Nicolás Maquiavelo, quien además de separarla de la moral, definió su arte como el de la conservación del poder. El maquiavelismo peronista se lanzó a conservar el poder, que intuye no acompañará a los Kirchner en el futuro. De eso se trata.

Por el Dr. Luis Barud

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